sábado, 17 de diciembre de 2011



A veces te enamoras y después de eso no hay vuelta atrás.




Las penas se me van aplacando a oleadas, como los cigarros apretándose en los ceniceros repletos de agua en todas las terrazas en las que compartimos besos con gusto a vino, vicios por partida triple. Empiezo a habituarme a ser la niña de tus ojos, la que se refleja en tus gafas de sol y en lunas azules, a ser tu mano izquierda en callejonesa llenarte los márgenes de anotaciones. Ocupamos poco espacio, me pides que te quiera como si hiciera falta. Me alegras la noche y me dan ganas de exigirte que me alegres la vida. Tenemos una joya de valor incalculable, lo nuestro. El romanticismo deja de ser una cruz para ser mi cara más bonita.

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