¿Y QUE HACES SI NADIE QUIERE SER SALVADO?
Me he vuelto tan pequeña que me da miedo que el amor de mi vida pase por delante de mi y no sea capaz de mirarme. Ni si quiera yo soy capaz de mirarme. Me siento tan responsable de mi misma que no comprendo como tan poca autoestima y tanta autodestrucción pueden caber en las siete costillas de mi pecho, en las paredes que me encierran en un cuerpo que no me pertenece, que nunca lo ha hecho. Este envase que me tortura como una corona de espinos. Me impongo mi propia redención. Me apaleo a mi misma sin parar. A veces prefiero echarte la culpa a ti de todos los demonios que me recorren el estómago, y decido hacerte dragón en todos mis castillos, el asesino de la pequeña parte de mi que aún mantenía la cordura. Pero no puedo mentirme a mi misma, aunque lo intente, así que termino admitiendo que tú solo fuiste desencadenante de lo inevitable, artificiero en unos fuegos que por poco te explotan en el corazón, menos mal que eres inifugo a toda clase de sentimientos.
Ya no puedo ponerte como excusa de mis lagrimas d cocodrilo, ni de mis quimeras con forma de sacos de huesos, no de nuevo, no como la última vez. Tú has dejado de ser tú para convertirte en un recuerdo vergonzoso de un fracaso inexorable, como el paso del tiempo sobre tu recuerdo. Yo sin embargo sigo viva y agonizado, mirándome sobre un reflejo al que no puedo devolver la sonrisa. Incapaz de asumir que mis ojos pertenecen a esa figura que se desdibuja delante de mi, nunca más sirena.
Ojalá comprendas que el daño que me causo no tiene que ver con tu estela.
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